miércoles, 30 de septiembre de 2009

LA TERAPIA SEXUAL COMO EDUCACIÓN SEXUAL

INTRODUCCION
Cuando Masters y Johnson concibieron su técnica de terapia rápida a
fines de la década del sesenta para tratar las inadecuaciones sexuales, hicieron expresa
mención a una cualidad que debían poseer los terapeutas: saber enseñar.
Para un psicoterapeuta clásico de la escuela psicoanalítica, esta cualidad era
absolutamente innecesaria. Freud mismo había advertido contra esa tentación de los
terapeutas a transmitir sus conocimientos a sus pacientes. Es más, los psicoterapeutas
debían abstenerse activamente de enseñar. En una palabra, enseñar era un error tera-
péutico denominado manipulación.

En el curso de una terapia sexual se prescriben comportamientos sexuales y
en su propia definición, Kaplan dice que se trata del uso integrado de experien-
cias sexuales sistemáticamente estructuradas junto a la exploración terapéutica de las
resistencias. Masters y Johnson recomiendan eludir cuidadosamente la
profundización psicoterapéutica, sobre todo la transferencia. Cosa fácil en el contexto
breve y limitado de la terapia rápida que ellos propusieron, sobre todo porque tampo-
co aceptaban pacientes con una psicopatología grave. La formación psicoanalítica
pero ecléctica de Kaplan abrió un campo mucho más profundo y práctico, y sobre
todo más barato y extensible a toda la población, de la terapia sexual nueva, primero,
y modificada, después.

No obstante ello, Masters y Johnson consideran que tanto el momento inicial
de la entrevista y el de la historia clínica, así como cualquier otra instancia de la expe-
riencia, son aptos para que el terapeuta o co-terapeuta enseñe clarificando, corrigien-
do los errores, mitos y prejuicios, así como reafirmando conocimientos adecuados y
proveyendo nuevos datos que permitan mejorar la función sexual. Es decir, la terapia
sexual comienza como proceso educativo desde el primer encuentro de la pareja con
el/la o los/las terapeutas.

Este criterio, que diferencia a las terapias sexuales de las psicoterapias clási-
cas, fue adoptado por todas las diferentes escuelas de sexología, reconociendo que el
cambio de conocimientos, actitudes y comportamientos debía ser promovido activa-
mente, referido a un modelo de normalidad que fue diseñado sobre la base de la res-
puesta sexual fisiológicamente estudiada por estos investigadores y completada por
otros.

La simple prescripción de una psicoterapia, un medicamento o una serie in-
terminable y onerosa de estudios -que a veces son necesarios para el consultante-, fue
seguida cronológicamente por la información detallada de datos sobre la respuesta
sexual y la prescripción de ejercicios sexuales generales como el placereado, y para
cada disfunción, como la masturbación, la estimulación manual en posición de dispo-
nibilidad, la adopción de una postura coital, la dilatación vaginal, el “stop-start” o el
“apretón”.

Pero debemos reconocer que el éxito terapéutico espectacular que nos anun-
ciaron los norteamericanos y europeos, no se podía replicar en las experiencias lati-
noamericanas. ¿Qué pasaba? Los latinoamericanos ¿tenemos una sexualidad diferen-
te? ¿Los valores sexuales son más rígidos? ¿No estamos acostumbrados a los ejerci-
cios programados? Es algo de cada una de estas posibilidades.

Las preguntas cruciales para nosotros serían: Las experiencias sexuales mal-
aprendidas y provocadoras de disfunciones sexuales ¿no pueden ser revertidas porque
nos resistimos a aprender? ¿O porque los terapeutas sexuales latinoamericanos somos
malos educadores sexuales para nuestros consultantes? ¿Es que seguimos aferrados a
nuestros conceptos clásicos no directivos? ¿O entendemos mal el concepto de pres-
cripción activa y nos limitamos a indicar ejercicios gimnásticos sin un sustento afecti-
vo y axiológico? También podemos decir que somos sujetos de algo de todo esto.

El terapeuta sexual debe ser un buen educador sexual. Dúctil, creativo, muy
bien formado en técnicas didácticas, pero sobre todo debe poseer una buena forma-
ción humanística y ética. Por eso exigimos para la acreditación de los terapeutas sexuales
el que posea una formación psicoterapéutica y que haya participado activamente de
talleres vivenciales.

Giraldo Neira planteó alguna vez que la terapia sexual era una forma de
educación sexual personalizada, en la que se revisaba no sólo el comportamiento sexual,
sino la sexosofía o filosofía sexual o axiología de cada paciente. Gomensoro ha
planteado la posibilidad de una terapia opcional o axiológica o antiterapia en 1986.

Hoy la denomina terapia alternativa. Pero todos estos planteos críticos reconocen una
dimensión que suele ser soslayada por las terapias sexuales medicalizadas, sobre todo.

Pero también las terapias sexuales basadas sólo en lo corporal, consistentes
en ejercicios gimnásticos exclusivamente, como la relajación, el ejercicio de Kegel y
otras técnicas valiosas de corpoterapia, apuntan a un aspecto parcial del problema.
Debemos reconocer que cuando hacemos hincapié en un solo aspecto, y ese es el
dominante en la causa de la disfunción sexual, podemos obtener resultados excelen-
tes. Por eso, como dice Pasini ( “cualquier terapia, desde el vibrador hasta el psi-
coanálisis, puede encontrar su aplicación en la Sexología, con tal de que esté inserta
en una estrategia de intervención adecuada”. Este autor rechaza la estrechez del enfo-
que conductual ‘basado más en la gimnasia que en el erotismo’. Y proclama que las
modernas terapias sexuales tienden más bien a mejorar la intimidad sexual, mediante
el mejoramiento de la intimidad afectiva. Y ello es posible gracias a una mejor interacción
entre la imaginación, el cuerpo y la palabra.

No hay comentarios:

Publicar un comentario